La escultura de Juan Asensio se asoma al paisaje artístico contemporáneo con el objetivo de proclamarse como una alternativa; “alternativa” que, ante todo, pasa por la recuperación para cada una de las obras de ese carácter fundacional que distinguía al arte en su fase moderna. De hecho, una de las impresiones que con mayor rapidez se deriva de la contemplación de las obras de Asensio es su pretensión de fundar un lugar para la mirada, en tanto en cuanto si hay algo que distingue a la “igualación visual” posmoderna es, justamente, la transformación de la mirada en un no-lugar, esto es, en una experiencia que ha perdido por entero su condición ritual.
Sólo es posible hablar de rito en la unidad del lugar; al igual que únicamente es dable referirse al lugar desde la distancia y la univocidad del aura. Y, ciertamente, en el caso de Juan Asensio, ambas condiciones se cumplen, ya que el funcionamiento de la escultura como “lugar para la mirada” —un lugar, por otra parte, intercambiable, inviolable— le confiere esa presencia aurática que resultó minimizada como consecuencia de la “me- dilación tecnológica” a la que fue sometida el arte.