Radio Vanitas

24 de octubre 2022

La obra de Eduardo Balanza se ha interesado desde hace tiempo por las tecnologías obsoletas y la experiencia que llevan aparejadas, por todo lo humano y afectivo que se pierde cuando abandonamos un sistema tecnológico, que no es simplemente un artilugio mecánico, sino una manera de entender el mundo y sobre todo una memoria. En este proyecto, Balanza concreta su interés por lo analógico en una reflexión sobre

el fin del radiocasete y la tecnología analógica de reproducción musical, una parte fundamental del trabajo continuo del artista con la cultura musical y las formas en las que se instaura en lo social. A través de la pintura, el dibujo, la escultura y la cerámica, Balanza genera una suerte de lamento por un mundo material que ha comenzado a dejar de existir. Un universo donde las cosas tenían todavía un lugar y una corporeidad, donde la música surgía de artilugios que podíamos tocar y manipular.

En sus objetos encontramos una materialidad decadente, precaria, que nos habla del paso del tiempo, pero también nos confronta con nuestra propia memoria. Pintura y dibujos precarios, pero también objetos que son casi monumentos, como sus cintas iluminadas en las que parece pervivir cierta presencia tecnología, aunque se trata de una tecnología zombi –muerta en vida–, entre el juguete y el espectro. La cinta se ilumina pero está vacía. El objeto es un exvoto. Pura apariencia. Cuerpo vacío que no suena.

En este sentido, lo sonoro ocupa un papel esencial en estas obras. Pero lo hace a través de su negación: altavoces pintados que ya no producen sonido, cintas que son meras carcasas vacías, radios de terracota que se presentan como objetos de lo que una vez fue y nunca más ya será. Objetos que solo suenan en nuestra memoria –en la de una generación que todavía conservan el recuerdo de aquella tecnología–, pero que pronto, para otros, para los que vengan en el futuro, no serán otra cosa que meros fósiles, restos arqueológicos de una civilización extinguida, objetos misteriosos que un día tuvieron una función que, a buen seguro, les resultará desconocida.

Se trata en última instancia de una vanitas, una alegoría de la finitud, una toma de conciencia de que aquello que hemos dejado atrás ya no regresará. Memento mori, pero también memento vita. Recuerda que eres mortal, pero también recuerda que viviste, que la música emanada de esos objetos te atravesó, que todo pasa y es fugaz, que el tiempo se nos escapa y no podemos frenarlo, pero que en esas cintas algo permanece, aún latente, esperando a que nuestra memoria lo pueda despertar.

Comisario Miguel Ángel Hernández