En la obra de Pablo Capitán del Río, la precariedad aparece no sólo en el uso de los materiales por lo general cercanos al universo de lo povera, si no también en el sentido de la obra como una composición siempre a punto del desmoronamiento. Sus trabajos, tanto sus intervenciones que giran en torno a la recuperación de los procesos naturales, como sus instalaciones y esculturas más objetuales presentan siempre un desequilibrio que genera en el espectador una conciencia de que todo puede cambiar de un momento a otro. Obras que se mueven, que inician procesos, que inquietan la mirada del espectador, pero sobre todo que transforman su relación con el espacio y el entorno. La toma de decisiones constantes respecto al modo de afrontar la obra, de mirarla, de alejarse de ella para no rozarla o destruirla, implica también una especie de “cuidado” en la percepción, una mirada que intuye que aquello que tiene delante no siempre ha sido así, y, desde luego, que no permanecerá en ese estado en lo sucesivo. De este modo se transmite una especie de urgencia de ver y sentir con relación a la obra.