Programa Corte: ¿Qué hicimos?

El programa Corte supone una interrupción en la programación habitual de Artnueve con la finalidad de acoger un proyecto específico de un artista invitado, enriqueciendo así la contextualización del proyecto de la galería y mostrando nuevas miradas sobre el hecho artístico. De esta manera, establece una estrategia estimulante para profundizar del trabajo de artistas o creativos, con discursos y disciplinas diferentes, pero que han encontrado en el arte ese lugar para reflexionar acerca de las problemáticas contemporáneas.

En esta ocasión “Qué hicimos” es la propuesta del arquitecto Juan Antonio Sánchez Morales, que ha planteando una intervención para la galería, en la que reflexiona sobre el cambio climático y el impacto y las transformaciones que esto tendrá tanto en el paisaje como en la sociedad.

Resonancias

Miguel Ángel Hernández.

En su estudio sobre el concepto de historia de Walter Benjamin, Michael Löwy encuentra una figura que resume de un plumazo el pensamiento del filósofo alemán: el “avisador de incendios”. Para Löwy, Benjamin, el primero en ver el fuego, se anticipó a su tiempo y supo nombrar la catástrofe. No sólo la catástrofe bélica y política que estaba a punto de asolar Europa, sino una catástrofe mayor, la de un modo de vida sustentado en el progreso como máquina generadora de escombros. Esta amenaza, según su visión, no estaba situada en un futuro por venir, sino que anidaba en todos los estratos del presente. “Que esto siga sucediendo –escribió– es la verdadera catástrofe”.

Lamenta Löwy que nadie escuchara a Benjamin, como si su voz –igual que la de algunos otros– hablase a un tiempo aún no preparado para entender la potencia y apremio de su aviso, o como si estuviese maldito, condenado, como la profetisa Casandra, a no ser creído en ningún momento.

Aunque nos separan casi ochenta años de su crítica al progreso, continuamos sin escuchar las advertencias, los avisos de incendio o desbordamiento, cerrando los ojos y los oídos, desviando la mirada, descreyendo las palabras, las imágenes e incluso los hechos. No importa las veces que se nos hable de la urgencia de transformar nuestro modo de vida, no importa las veces que lo veamos, que lo entendamos, no importa que incluso lo hayamos comenzado a comprobar. Por alguna extraña razón, esas certezas no acaban de movernos a la acción, no vibran en nosotros, no terminan de resonar. Y esta quizá sea la verdadera tragedia.

En su reciente crítica a la aceleración característica de la modernidad, el sociólogo Hartmut Rosa ha propuesto una alternativa a ese tiempo desbocado que se mueve hacia delante de modo inmisericorde. Para Rosa, frente a la aceleración, necesitamos la “resonancia”. Regresar a una conexión entre los sujetos, una vibración también en la tonalidad de aquello que nos rodea. Resonar, dice, es acompasarse, dejarse tocar, no imponer, es retomar el vínculo perdido con los sujetos, los objetos y el entorno.

El espacio artístico es precisamente un de los lugares donde esa resonancia tiene lugar, donde esa vibración transformadora actúa, el contexto donde lo dicho y lo visto “resuena”, donde lo silenciado e invisible tiene la capacidad de escucharse y mostrarse, donde el “aviso de incendio” tintinea y la alarma atraviesa el cuerpo.

El trabajo de Juan Antonio Sánchez Morales despliega esta lógica de la resonancia. Las imágenes, las palabras, los datos, pero también el modo en que se disponen en el espacio y nos rodean, visualizan la catástrofe por venir –al menos, una de ellas, el gran desbordamiento–, y generan en el espectador una sensación urgencia a través de un choque de tiempos: el futuro adverso que ya está aquí, y el presente ruinoso ya teñido de pasado. Tal vez esa sea una de las funciones más urgentes del arte en nuestros días: mostrar –ensayar, trazar, vislumbrar– el futuro del presente, hacerlo resonar, y sobre todo crear el espacio y las condiciones para que las palabras y las imágenes vibren, actúen, transformen.